El horror de contemplar a un escritor donde podía verse a un caballo.
«Lo que importa no es producir, sino comprender.
Y comprender significa tu capacidad de percibir
la suma de irrealidad que entra en cada fenómeno»
El aciago demiurgo, Ciorán.
En febrero de 2022 buscaba un lugar donde revisar mi última novela. Ya estaba escrita, solo se trataba de releer una vez más lo que iba a quedar estático para siempre. En esa búsqueda consulté a varias fuentes por un lugar donde pudiera ejercer esa labor. Un sitio donde no solo encontrara un ambiente propicio para trabajar sino que pudiese involucrarme de alguna manera a una comunidad. A ser posible, un grupo de personas que empataran con una serie de ideales afines a mi forma de pensar, no era tan complicado, una comunidad sensible a los procesos artísticos y crítica con el conformismo social.
El última día de febrero llegué como residente a Bravos, un pequeño concello del norte de Galiza donde se ubica A Ferrería, como su nombre bien indica, es una antigua herrería fundada en el siglo XV cuyo devenir histórico le hace interesante en cinco puntos fundamentales: fue una herrería estratégica para la monarquía española de aquella época, estuvo envuelta en varios conflictos madereros con las poblaciones vecinas, las tropas de Napoleón la arrasaron tras su paso, la familia De Cora fue fiel al poder mientras regentó el lugar, y desde 2018 una nueva corriente de pensamiento crítico parece instalarse en el lugar, borrando a su paso una dramática cronología, una más en la Galiza rural.
Conviene tener presente a lo largo de este texto que, pasado un tiempo, las cosas no suelen ser como sucedieron, sino como se recuerdan. Recuerdo muy bien que mi primer paso fue consultar a varios amigos por un lugar de las características de A Ferrería. Lo siguiente fue escribir solicitando más información. Tras tomar la decisión de ir, me dije que siendo A Ferrería un lugar de residencia artística tal vez le vendría bien una donación de libros. Envié cuatro cajas de libros que llegaron unos días antes que yo. Allí estaban, en la entrada, aún conservaban ese olor de la despedida en Barcelona. Mi llegada se produjo de noche, tuve el tiempo suficiente para conocer a algunas personas que formaban parte del proyecto. Escogí habitación. Cambié una silla de metal por otra más cómoda y me fui a dormir.
Mi primera decisión fue dedicar más tiempo a mi trabajo personal que a la comunidad. Y así fue como situé la mesa de trabajo junto a la ventana y me dediqué a releer viejas composiciones. Cortar aquí, agregar más texto allá, perfilar mejor este diálogo, darle intensidad a este encuentro…Y como en todo proceso escritural, leer también reclamaba mi tiempo. En ocasiones, bajaba a leer junto al molino, detrás de la capilla, en el área agroforestal y sus preciosas vistas, junto a un hórreo, en la explanada entrando a la izquierda (un día me imaginé este lugar con un embarcadero con playa junto al río)… A Ferrería cuenta con varios puntos de fuga que se hacen imprescindibles si lo que buscas es un aislamiento total. Solo hay que caminar un par de minutos y te abraza la tranquilidad.
Una semana después de mi llegada asistí a la primera asamblea de A Ferrería. Anhelaba poder participar de una asamblea, en esta ocasión traía una serie de puntos a compartir sobre temas que podrían desarrollarse en un espacio comunitario. Me hacía ilusión ver cómo se articulaba una comunidad en torno al momento de vertebrarse, o de rendir cuentas, o de simplemente mostrar los afectos. Supe que una hora antes se había llevado a cabo una asamblea de voluntarios, es decir, personas que habían decidido contribuir al proyecto de A Ferrería a cambio de un espacio para dormir. Me despertó la curiosidad entender este tipo de trueque y dejé apuntado en mi lista de deseos poder participar más adelante en uno de esos momentos. Reunidos en torno a la barra de la cocina, se inició mi primera asamblea. Hubo dos cosas que me sorprendió esa primera vez: que se llamara social, asamblea social es pleonasmo de calle, y que me invitaran a comenzar la asamblea, oh wait, acabo de llegar. Sin saber muy bien por dónde empezar, di las gracias a todas las personas por hacerme sentir tan bien en esa mi primera semana en la casa, luego desenvainé la daga y comencé a compartir una serie de ejes temáticos por los que se podría empezar a vertebrar las acciones de A Ferrería: medioambiente, arte, decolonialismo, tecnología, micro políticas y feminismo. Cuando levanté la cabeza de mi listado me di cuenta que me había pasado otra vez. Las miradas estaban perdidas buscando cómo aterrizar los conceptos que describí en mi listado. No era tiempo de arrancar con todo. Antes, era necesario terminar un serie de infraestructuras en la misma casa que permitieran seguir construyendo un espacio de ensueño. Y entre la construcción y el mantenimiento de los espacios se iba el tiempo de los voluntarios. Tal vez más adelante, pensé. Y así fue como estos ejes temáticos iban a ser tímidamente mencionados el resto de mi estancia, algunos de ellos como medioambiente o feminismo ya estaban programados en acciones tipo plantación de bosque de alimentos o reuniones mensuales sobre feminismos. Mi persuasión de llevarlo a máximos no contaba con la tierna realidad: A Ferrería requería de una serie de acciones cotidianas solo para mantener a flote el lugar. El resto de la asamblea consistió en que cada miembro de la casa contase qué tal se sentía, en cómo resolver ciertos gastos, o en proponer determinadas actividades en común con el objeto de que el trabajo no fuese el único punto de encuentro. A decir verdad, A Ferrería tenía un volumen de trabajo y mantenimiento mayor que la disponibilidad del voluntariado. Ante eso decidí que echaría una mano al trabajo voluntario en la manera que pudiese combinar voluntariado con residencia. Es decir, unas horitas para A Ferrería, otras horitas para mi proyecto personal. Y a ello me puse desde el día siguiente a la asamblea.
Mis manos, acostumbradas a flotar sobre las teclas de un ordenador, llamaron la atención a los lugareños por su suavidad. Fue cuestión de semanas que ya dejaron de sorprenderse. Cortar madera, levantar piedras, transportar planchas, encalar paredes…. Cada noche sentía el alivio de acostarme, ya no había tormentas intelectuales en mi cabeza sobre cómo continuar una escena o dónde tensar mi novela. El trabajo físico se ocupaba de equilibrar el trabajo intelectual, y en medio de todo me permitía conocer a fondo las particularidades de mis convivientes. Como alguna vez dijo García Márquez, cada persona tiene una vida pública, una vida privada y una vida secreta. Y en aquellos encuentros con el trabajo voluntario nuestras conversaciones deambulaban entre estas tres vidas.
Vale la pena incidir en que en una sociedad tan atomizada, donde cada quien es cada día más especialista de no sé qué, se agradece aterrizar en las orillas intelectuales de cada quien, sin ánimos de competitividad, con el único propósito de regresar a lugares que ya no recordamos que un día partimos. Son detalles que se agradecen en la vida comunitaria. Y en A Ferrería, a medida que avanzaban las semanas, las conversaciones tenían un marcado carácter personal. Luego estaban los interminables debates pasapalabra: Estamos pensando en conseguir un gallo que acompañe a las gallinas, las gallinas deberían salir del gallinero de vez en cuando, de vez en cuando tengo sueños raros, los sueños raros podrían estar asociados a la historia del lugar, la historia del lugar no se entendería sin la herrería, la herrería se abandonó en los años 70, los años 70 en Galiza representaron un boom en la emigración… y así hasta que cada quien se daba por satisfecho… o eso parecía.
Uno de los valores a tener en cuenta cuando vienes a A Ferrería es la comunidad circundante. Así como yo vine un día a realizar una residencia, antes, ha habido otras personas que llegaron a hacer vida. La mayoría de estas personas son parejas que buscan desprenderse de los monótonos círculos que les ofrece la ciudad. Alrededor de A Ferrería se cuecen proyectos alternativos de educación, medioambientales, de bio construcción y de arte. Aunque la actividad más común sea la construcción, por obvias razones, también pasa que la mayor parte de estos proyectos están en fase embrionaria. Gran parte de las personas que lo conforman trabajan para emanciparse económicamente de sus lugares de origen. Aún es pronto para eso, pero es el momento adecuado para darse una vuelta, conocerles y formar parte de una comunidad rural que cada día está más cerca de ser autosustentable. La gran mayoría que conforma esta comunidad circundante sigue frecuentando A Ferrería, para ellos, es una especie de catalizador de posibilidades. En mi experiencia con estas comunidades circundantes puedo agregar que me ha sucedido algo diferenciador entre residir en A Ferrería y convivir con las personas que componen esta comunidad, y son los afectos.
¿Por qué menciono los afectos? Las personas más perspicaces sabrán lo que quiero decir. No es lo mismo saber que llegas y te vas de un lugar ejecutando tu trabajo voluntario a cambio de una habitación, a diseñar tu vida contando con la realización de tus ideas, hasta verlas terminadas, poniendo todo el corazón en llevarlas a cabo. En este sentido, para mi no fue suficiente con dedicar mi tiempo y esfuerzo a revisar mi novela, necesitaba sentir que toda aquella maravilla natural que nos rodeaba, y que nos hacía sentir privilegiados, de alguna manera podría facilitar la introspección en otro tipo de relaciones, probablemente abrir otro tipo de comunicación más honesta, sin filtros ni pretensiones. Este movimiento se contrapone a otras tantas personas que algún día pasaron por A Ferrería y consideraron que si solo venían un tiempo tal vez lo importante era lo que retornarían a su lugar de origen. Por el contrario, yo llegué a la conclusión de que si me quedaba más allá de mi proyecto personal, lo importante sería lo que yo entregara a los demás. Dicho de otra manera, no es el lugar, ni tu proyecto personal lo que hace especial una experiencia, somos las personas, nuestra cotidianidad, nuestro amor por lo que hacemos, por cómo lo sentimos, la manera en la que nos hacemos querer… Y en todo este campo de posibilidades no hay distinción si de base eres esa persona que puede combinar amor y esfuerzo a raudales, siendo sinceros, no creo que sea una mayoría, o esa otra persona, como yo, que necesita una pequeña pedrada, o caerse una noche de la cama, para darse cuenta.
Esa pequeña pedrada la sentí un día mientras revisaba las publicaciones en Instagram de A Ferrería. En el segundo post de la cuenta leí la palabra heterotopía, una concepto acuñado por Foucault en una de sus conferencias donde se podría simplificar con “un lugar donde todo pasa pero nada queda.” Voilà. Esta pequeña relación entre las palabras de Foucault y ciertos proyectos inconclusos que había en A Ferrería me llevó a pensar que tal vez existía un pequeño cortocircuito entre el trabajo de voluntariado y las obras inconclusas. Tal vez no sea solo en A Ferrería donde se podía vislumbrar este cortocircuito. En otras comunidades emergentes donde se da el voluntariado existe una delgada linea entre lo que una persona ofrece al lugar y lo que ese lugar otorga a esa persona. En general, el intercambio es simplemente un espacio para dormir, pero también se podrían estudiar otras alternativas al reconocimiento del trabajo altruista, menos material, más cercano a los conocimientos de cada uno. Por qué no ¿una nueva organización del voluntariado donde se trabaje por ajuste de proyecto? Obras que contribuyan al crecimiento no solo del lugar sino también del voluntario, a nivel curricular tanto como a nivel afectivo. A veces tengo la impresión de que todas esas personas que cada día aportan desde la sombra con su tiempo y su esfuerzo a cristalizar proyectos comunitarios, siguen siendo los grandes olvidados de cada generación, y en este sentido hay que darle gracias al arte por sacarlos a flote. Gracias Buñuel, Remedios Zafra, Jim Jarmush, Andrea Abreu, J.K. Toole, Yolanda Domínguez… por poner unos ejemplos.
Un buen sábado de marzo estaba programada la primera reunión feminista a la que tendría la oportunidad de asistir. Unas horas antes se llenó al salón de A Ferrería para una clase de yoga. En aquella sesión participaron mujeres, hombres, niños y algún que otro animal moviendo el rabo. De repente, las comunidades circundantes habían tomado cariñosamente A Ferrería. Tras la clase llegó una suculenta comida, y de postre, la reunión feminista. Este tipo de reuniones, donde cada quien llega desde sus propias heridas, o desde nuevos aprendizajes, suelen ser muy interesantes para obtener un boceto de quién y cómo. A mi modo de ver, la reunión empezó con la que podría ser la pregunta final, a ver, qué es feminismo como pregunta de inicio abriría un sinfín de opiniones difíciles de alinear en propuestas comunes. Y así fue. Los hombres volvimos a ocupar dos terceras partes de la conversación y fue imposible avanzar. Mi propuesta final fue organizar una reunión de masculinidades entre los hombres. Estudiar y debatir algunos conceptos básicos de nuestros privilegios. Saber el origen de nuestro comportamiento hombre y, si nos llegaba, poner en práctica nuevas masculinidades. Aquella propuesta se tradujo en una especie de bienestar efervescente entre las mujeres, que empujaban a sus parejas a participar, mientras que los hombres me preguntaban una y otra vez qué temas íbamos a hablar. A medida que se acercaba la fecha de la reunión de masculinidades se hacía más evidente la incertidumbre, entonces los hombres empezaron a experimentar un bienestar efervescente mientras que las mujeres me preguntaban que temas íbamos a hablar.
Mas allá del contenido de la reunión de masculinidades, lo realmente enfatizable era la aceptación por parte de la comunidad de sugerir y emprender nuevos aprendizajes. Lo más valioso, diría yo. Ir a una zona rural de Galiza y tener vía libre para compartir inquietudes, y que estas sean aceptadas por la comunidad habla muy a las claras del potencial transformador que este tipo de lugares ofrecen. Es cierto que en otro sitios estas iniciativas tendrían que pasar por un consejo regulador, lo maravilloso de A Ferrería es que sigue siendo un hermoso territorio por cultivar. Salimos de la reunión de masculinidades con una idea más clara del origen de nuestro comportamiento hombre, hablamos de la influencia de nuestros padres en nuestra manera de ser, de ciertos micromachismos y del concepto machista de tener la razón siempre, no nos dio tiempo para más. Cada quien lo hizo desde su trinchera, con sinceridad. Pusimos corazón en nuestras palabras, el resto era cuestión de llevarlo a la práctica cada quien en su día a día. Aun era prematuro para vaticinar cambios. El primer paso estaba dado.
La Semana Santa floreció en Bravos como preludio a la primavera. Las legendarias camelias frente a mi ventana habían dejado de florear. Las gallinas tomaban el sol. Y se acercaba la festividad de San Isidro. La capilla que está junto al rio atraería a vecinos el 15 de mayo. Semanas antes A Ferrería se organizaba para celebrar una fiesta en comunidad. Por un lado, el primer ensayo de organización masiva interna, por el otro lado, el mayor evento sobre micro políticas que me iba a tocar vivir en Galiza. Mientras tanto, el curso de mi novela proseguía en los plazos que me había marcado. Estar al tanto de los flujos de llegadas a la casa me permitía planificar el trabajo voluntario con la edición de mi novela. Soy de los que requieren total aislamiento cuando escribo, por ende, buscaba la manera en que cada actividad tuviese su tiempo dedicado.
Otro de los aspectos destacables con los flujos de llegadas era que cada grupo moldeaba el lugar a sus expectativas. Es decir, A Ferrería es un espacio camaleónico. Lo único fijado son los horarios de las asambleas, y a veces también cambian. Cambian las asignaciones de limpieza y mantenimiento, cambian los métodos, cambian las actividades, e incluso he llegado a ver como cambian las responsabilidades. La organización de la fiesta de San Isidro fue una buena prueba para detectar estos cambios, por ejemplo, la persona encargada de construir una forja sería la encargada de entretener a los niños mediante juegos no competitivos, la persona encargada de encalar muros sería la coordinadora de los grupos de música, una decrecentista y una trabajadora social llevarían las cuentas, la presidenta de una asociación cultural estaría en la parrilla, la persona encargada de la huerta estaría en la barra sirviendo copas… y así todo. Ante tal multitasking me vi en la obligación de tomar el micrófono y hablar un poco al público. Presentar el lugar y el esfuerzo de las personas que se habían involucrado en aquella organización, además de sentar las bases de un lugar inclusivo y respetuoso con los demás. Esto creo que me salió bien, lo que me podía haber salido mejor fue mi idea de hacer una ruleta. Se hizo, sí, pero las ganancias no dieron más que para pagar los costes de su fabricación. No creo que fuese mala idea, solo que la gente no está acostumbrada, o por lo menos así me consuelo. El programa de la fiesta resultó ser bastante atractivo, con la capilla abierta e iluminada, se dio paso a unas horas de música de gaiteiros, seguida por unas funciones de circo, básicamente una rifa, la ruleta y unos malabares, para dar paso a los grupos de música contemporáneos. El cierre de la fiesta estuvo espectacular con un concierto improvisado en el interior de la capilla. Quien quiso lo pasó fenomenal, yo fui uno de ellos. El gran grueso del público eran personas conocidas, aunque me sorprendió hablar con vecinos que de otra manera me hubiese sido imposible conocer. Buen trabajo de micro política.
Tras la tempestad llegan los charcos. Nadie esperaba que fuese a salir tan bien la fiesta de San Isidro, tampoco nadie esperaba que viniese menos de gente de la estipulada. Se compraron bebidas y comida como si las tropas de Napoleón tuviesen pensado venir a pedir perdón por lo que hicieron en A Ferrería el siglo XIX. De cualquier manera, la lectura posterior a la fiesta de San Isidro arrojó luces en tanto la gente de los alrededores que vino lo disfrutó. Quien quiso ir a la capilla fue, quien quiso bailar lo hizo, quien quiso escuchar gaiteiros, también. A esas alturas, se podría decir que ya estaba hecha la promoción para el año siguiente. Sin embargo, en las reuniones de evaluación se cuestionaron puntos más propios de cómo nos gustaría que se organizaran las cosas a cómo realmente tenía mérito de que saliera tan bien algo que no habíamos hecho nunca juntos. No sé si era el momento de personalizar responsabilidades pero intuyo que, a partir de mi presentación en público de lo que era A Ferreria, alguien debió pensar que tenía que repetir la charla unas cuantas veces . Y así fue como a partir de entonces ya no solo tenía mi novela a punto de ser revisada, sino que ademas, cada mañana, le daba de comer a las gallinas, a las gatitas y a los perros. Revisaba las entradas y salidas de las personas en un excel compartido. Llevaba la caja de gastos e ingresos. Cargaba las regaderas con agua de lluvia hasta el huerto. Y cuando descubrí cómo utilizar la desbrozadora… maté dos serpientes. Y todo esto sin contar los días de lluvia sin techo, donde tocaba secar y aislar los suelos de madera mientras se esperaba al día siguiente donde los trabajadores colocarían la nueva pizarra o por lo menos aislarían el techo.
Si Kafka representó su metamorfosis a través de una cucaracha que no podía apoyar las patas al suelo, mi metamorfosis se podría resumir como esa misma cucaracha sin poder poner la espalda en el suelo. Era como si le hubiera dado vuelta al reloj de arena. Todo aquello que en ningún momento pensaba hacer, ya lo estaba haciendo. Y además, había acabado con la revisión de mi novela.
En A Ferrería pasaban las semanas y lejos de sentir presión por mis nuevas atribuciones intuía que estaba en el lugar y en el momento justo para ser feliz con cada nueva tarea que me comprometía llevar a cabo. Deslicé toda responsabilidad sobre las cuentas, administrar no quiere decir ejercer el poder de las decisiones. Describí el lugar a través de mis propias apreciaciones, un nuevo signo de libertad. Recibí el amor de los animales, las plantas y las personas con los que cohabitaba en esos momentos, dar un paso adelante con el corazón rara vez es contradictorio. En resumen, llegué como un residente más, con el firme propósito de acabar mi novela, y terminé abrazando la frase de Ciorán que da título a este texto: El horror de contemplar a un escritor donde antes se podía ver a un caballo.
Se podía decir sin temor a equivocaciones que durante un periodo corto de tiempo estuve administrando A Ferrería. Esta nueva situación no me dio galones para tomar ninguna decisión sobre los demás, al contrario, me permitió creer que en el respeto al derecho ajeno está la paz, como dijo en su momento Kant.
Desde tiempo atrás yo había anotado en mi cuaderno de ideas fluctuantes cómo me imaginaría A Ferrería. Lo que funciona apenas habría que tocarlo, el voluntariado lo retocaría con los matices que mencioné antes, mientras que las residencias dejarían de estar en el edificio central. Mi A Ferrería, desde el punto de vista arquitectónico, tendría una serie de cabañas alrededor del edificio central. En esas cabañas podrían dormir y trabajar los artistas cuyas disciplinas se lo permitieran, sucintamente, en el edificio central estarían los talleres y los espacios de composición y exposición para aquellas otras disciplinas que lo requieran. Además de la cocina, la lareira y el comedor. En el nuevo taller, tal y como está proyectado, habría una biblioteca y una sala de silencio en la parte alta, mientras que en la baja un pequeño auditorio para ver proyectos audiovisuales así como pequeñas representaciones teatrales. El huerto también estaría rodeado de sus propias cabañas, nuevos invernaderos y un laboratorio de germinación. Mientras que el segundo taller podría estar dedicado a la bio construcción, rodeado de cabañas también, con unos estantes donde se pueda identificar a la primera todas aquellas herramientas que parecen tener vida propia.
Una vez hecho el molde, vamos con la masa. Por suerte, en los últimos años estamos asistiendo a la floración de proyectos comunitarios que deambulan entre el medio ambiente, la bio construcción y el arte. Ingredientes fundamentales para entender hacia dónde se va. En este sentido son varios los ejemplos de pueblos abandonados o comunidades circundantes que, más allá de congratularse por ser vecinos, buscan integrar magníficos valores en la convivencialidad. Y es precisamente en este punto donde A Ferrería tiene la estupenda oportunidad de no sólo ser un espacio catalizador sino también un espacio de pensamiento y desarrollo artístico, medioambiental y comunitario. Para lograrlo es posible que haya que tener grandes dosis de paciencia al principio, pero imposible, lo que se dice imposible es volar con las manos. Inténtalo y verás. Toda organización se vale de una planificación que lo ampare. En esta planificación, elaboraría un hoja de ruta con 3 proyectos a realizar a lo largo del primer año, uno artístico, otro medioambiental y un tercero sobre bio construcción. El segundo año incluiría un proyecto más, probablemente sobre el eje que mejor haya funcionado el primer año. Mientras que al tercer o cuarto año propondría tener unos 6 proyectos funcionando en A Ferrería. Un proyecto cada 2 meses. ¿Cómo sería posible construir este elefante de múltiples cabezas? Tal vez cambiando el concepto de llegar a A Ferrería porque es un lugar idílico por salir de A Ferrería tras participar en un proyecto inspirador.
Todas estas cavilaciones las escribo después de haberlas hablado. No estoy lanzando una piedra al océano. Sólo pienso en la manera que un grupo de personas tan maravillosas como las que he encontrado estos meses en A Ferrería se sientan felices de pertenecer a la comunidad circundante. Ellas le dan todo el sentido a este lugar. Y por ellas, y las que faltan por llegar, vale la pena planificar y poner en marcha posibles futuros. Como dijo Faulkner: “No se puede nadar hacia nuevos horizontes hasta no tener el coraje de perder de vista la costa”
Abajo quedan mis agradecimientos a todas las personas que han hecho posible mi experiencia en A Ferrería. Con especial mención a Dennis por crear un espacio tan lleno de posibilidades.
Agradecimientos, por orden alfabético:
Animales: Nuti, las gallinas y el gallo, las gatas y los gatitos, las cabras de Arturo, Osi, Pompa, Bimba, Hazel, Rosso, los perros de los vecinos, las vacas, los jabalíes, los pájaros que picoteaban mi ventana, los demás pájaros, las garrapatas que no me picaron, las serpientes que maté con la desbrozadora, las lagartijas de colores, las ratas del gallinero, los tejones invisibles…
Árboles: las camelias, la palmera enclenque, los manzanos, las zarzas, el olor a hierba recién cortada, las ortigas, los huertos sintrópicos, las hojas silvestres para ensalada, las berzas, las fresas…
Personas (por orden de aparición física): Martinha, Joao, Laida, Fips, Iris, Oli, Arturo, Robert, Stefi, Nela, Aidan, Owen, Ana, Jaime, Ludo, Katrina, Olalla, Marco, Iago, Xue, Leo, Laurinha, Andrea, Carlos y familia de Vigo, Julia y su pareja, Patrick y su pareja, Alona y su pareja, Paola, Antonio, Javier, Cris, Bruno, Lola, Gorka y su padre fotógrafo, Max, Sasha, Opa Henk, Dennis, Nappi, Pia, Henk, La Mari, Judith, Aitor, Marileen, Abraham, la violinista de Improvisons, Karin, Erik, Kath, Garbiñe, Yuka, Óscar, Ester, Ainara, María… y todas aquellas personas que sin mencionarlas aquí por un olvido momentáneo saben que me han hecho feliz encontrarles.
Un abrazo a todes!
Héctor